Esta sección del Museo engloba manifestaciones de las culturas ibérica y celtibérica durante la Segunda Edad del Hierro hasta la plena romanización. El territorio turolense, densamente poblado, se organizó en asentamientos como los de Azaila, Calaceite, Alloza, Alcorisa, Oliete y muchos otros, que han proporcionado gran información sobre el modo de vida de estas comunidades.
Su desarrollo vino marcado por la adopción de la escritura y la intensificación de los intercambios comerciales, como demuestra el hallazgo de monedas, acuñadas en cecas preeminentes como Bolskan (la Huesca ibérica). La economía, basada en la agricultura y la ganadería, junto con una notable especialización artesanal, propició un intenso desarrollo demográfico y el auge de poblaciones y grupos sociales que manifiestan una gran diferenciación social, producto de la apropiación de los excedentes productivos. La explotación minera, fundamentalmente de las minas de hierro de Sierra Menera, y la existencia de talleres cerámicos especializados, como los de Foz-Calanda, son claros ejemplos de una sociedad muy compleja, asimilable a las culturas del resto del mundo mediterráneo.
Las representaciones en los vasos cerámicos, retratan a una sociedad jerarquizada, donde la aristocracia guerrera ocupa las posiciones de alto rango, distinguida mediante una lujosa indumentaria, la posesión de armas, entre las que destaca la falcata, y la vinculación con el mundo ecuestre. El mundo de las creencias fue reflejo de estos privilegios, rindiendo culto a los héroes locales con grandes estelas que señalaban las tumbas y la entrega de ofrendas y exvotos. Como excepción a la incineración, se constata de forma generalizada el ritual de inhumación de niños en el interior de las viviendas.