El panorama cerámico de época ibérica se caracteriza por la creciente demanda de manufacturas elaboradas con el torno alto, como consecuencia de los intercambios realizados con las poblaciones costeras y, más adelante, por la adopción de esta tecnología en el ámbito turolense. Entre los siglos V y I a. de C. numerosas comunidades comenzaron a disponer de ajuares formados por estas piezas, sobre todo, en lo que se refiere a la vajilla de consumo. La proliferación de alfares cada vez más especializados en los siglos II y I a. de C. dio lugar al desarrollo de auténticos centros artesanales como los de Foz-Calanda.
La creciente complejidad y especialización de los usos alimentarios de estas comunidades, propició una gran diversidad de cerámicas, tanto locales como importadas. Estas manufacturas comprenden formas y usos variados, desde simples ollas de cocina fabricadas a mano, hasta vajillas de mesa elaboradas a torno con elementos figurativos de gran valor narrativo y simbólico que cubren por completo las superficies, pasando por recipientes de transporte y almacenamiento que remiten al repertorio mediterráneo con cráteras, kalathos, orzas, embudos, sítulas o cubiletes, decorados con motivos geométricos, vegetales y figurados.